viernes, 8 de agosto de 2008

Alo aureal

Entraste con suma confianza
como de un milenio de espera.
Sabías que abriría un día mi puerta
para invitarte a cenar conmigo;
por eso me aguardáste hasta el atardecer
de mis sueños rotos y esperanzas caídas.
Te ofrecí mi mesa vacía y larga,
pero tú llevaste el agua y el pan.
Me escucháste llorar todos mis años,
y tu espera aguardó el final de mis lágrimas,
el silencio de la queja ingrata,
el balbuceo de alguna maldición...
la desnudez expuesta del alma constrita.
Me enseñaste a leer bien con el entendimiento
y obedecer las líneas con el corazón abierto.
Me hablaste de la pronta mudanza
y de cuidar el jardín y sus flores;
de renovar los desamores cantando en vez de llorar.
Me coronaste con un alo aureal
para ser faro en la noche de los dormidos,
y por primera vez en mis años
pude aprender a caminar...
Hace 3 años de la visitación
y acabose la soledad y el temor;
porque fui levantado del fango de los necios
y purificado a la derecha de tu altar:
¡Oh Padre, oh Rey Celestial!